domingo, 8 de mayo de 2011

Marco Teórico - III Parte: Implicancias y conclusiones

Sergio Andrés Pérez Barrero (2005) afirma:
Se consideran sobrevivientes aquellas personas muy vinculadas afectivamente a una persona que fallece por suicidio, entre los que se incluyen los familiares, amigos, compañeros e incluso el médico, psiquiatra u otro terapeuta que la asistía (…) También puede manifestarse el horror por el posible arrepentimiento tardío, cuando ya las fuerzas flaquearon lo suficiente para evitar la muerte y no poder, deseándolo en esos últimos instantes (…). La culpabilidad es otra manifestación que frecuentemente se observa en los familiares del suicida y se explica por la imposibilidad de evitar la muerte del ser querido, por no haber detectado oportunamente las señales que presagiaban lo que ocurriría, por no atender las llamadas de atención del sujeto, las que habitualmente consisten en amenazas, gestos o intentos suicidas previos, (…) Cuando la culpabilidad es insoportable, el familiar también puede realizar un acto suicida para expiar dicha culpa. (p. 4). 

En su texto, Worden, J.W.(1997) afirma que la persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del sobreviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo.

Para Emile Durkheim (1992), no es lo que tienen de específico los casos políticos o domésticos lo que pueda explicar la inmunidad que confiera; puesto que la sociedad religiosa tiene el mismo privilegio. La causa no puede encontrarse más que en una misma propiedad que poseen todos estos grupos sociales, aunque tal vez, en grados diferentes. “El suicido varia en razón inversa del grado de desintegración de los grupos sociales de que forma parte del grupo” (p. 214).

Los adolescentes, el comportamiento suicida es en gran medida expresión de una depresión grave. Sin embargo, muchas personas con trastornos del estado de ánimo no tratan de suicidarse y, a la inversa, muchos individuos que intentan suicidarse no sufren trastornos del estado de ánimo. “La depresión y el suicidio, aunque tienen una relación estrecha entre ellos, aún son independientes” (Lewinsohn, Rohde y Seeley, 1993, p. 256).

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